domingo, 25 de octubre de 2015

HE VISTO... Un Miedo Increible a todo lo que existe.



No conozco a nadie en el mundo que no le tenga miedo a nada. Y quien lo afirme miente. El miedo es algo inherente al ser humano, una emoción primaria que surge como reacción ante amenazas externas o internas. Controlable o no, es una de nuestras grandes debilidades. Todos tenemos miedos, confesables, inconfesables, comunes, absurdos e infundados, reales o neuróticos. A la oscuridad, a las arañas, a una invasión alienígena o a la muerte. Incluso hay gente que tiene miedo a las flores o a abrir los ojos… Yo misma, a pesar de la cantidad ingente de “terror entertainment” que puedo llegar a consumir, o quizá, precisamente por eso mismo, soy una persona tremendamente susceptible, y caminando por algunos lugares no muy acogedores, que de vez en cuando a todos nos toca atravesar, puedo pensar en atrocidades que la gente de bien no piensa, y llegar a acojonarme mucho más.

Por eso, vivir con miedo a ciertas cosas es entendible, incluso necesario, pues detrás de cada miedo hay una experiencia de la que aprender, pero, ¿tener miedo a todo? ¿Quién puede vivir así?

Pues Jack vive así. Un escritor que se ha hecho famoso como autor de cuentos infantiles y que está a punto de convertirse en guionista de cine, gracias a una obra sobre asesinos en serie del siglo XIX que tiene entre manos. Se ha empapado tanto y durante tanto tiempo de la demencia victoriana que ha desarrollado un increíble miedo a todo lo que existe y se pasa los días y las noches refugiado en su casa, cuchillo en mano, pensando que, tras cada leve variación del ambiente, le espera una horrible y dramática muerte. Si suena el teléfono, porque suena, si no suena, porque no suena, si se oye algo en la calle o el viento mueve las cortinas… para Jack cualquier tontería es un indicio clarísimo de que se avecina una desgracia terrible. Vivir en ese estado de constante paranoia no puede llevar a nada bueno, y menos si eres Simon Pegg y estás en una comedia negra británica. En ese caso toda una serie de acontecimientos dantescos a la par que absurdos, pero no por ello menos descojonantes, se van a suceder, hasta que tu personaje, si quiere cumplir su sueño de ser guionista, tiene que enfrentarse a su miedo primigenio: la lavandería.

 

Una historia muy rara, muy retorcida y muy divertida, con un final escandalosamente absurdo pero muy original, al que se llega tras varios giros en la trama muy bien ejecutados. Además, en las diferentes escenas, se juega con la iluminación para que el espectador experimente un poco de la paranoia del protagonista. Hay que reconocer que, para ser una comedia, la fotografía está muy cuidada e impone una gran diferencia entre la penumbra del interior de la casa de Jack, en la que, contradictoriamente, él se siente más seguro, y los lugares más iluminados y más concurridos, los más temidos por nuestro protagonista. De esta manera se crea un juego de luces y sombras muy contrastado, que marca una clara diferencia entre las dos partes en las que está planteada la película: por un lado conocemos al personaje y sus absurdas reacciones ante todo lo que se mueve dentro de su casa, mientras que fuera de ella le vemos afrontar sus miedos y enfrentarse al mundo que tanto teme.


 
Los responsables de tan magnífico resultado son dos directores que han aunado fuerzas para realizar una película de esas que jamás se estrenan en nuestro país, porque el humor negro, no violento e inteligente no vende en salas. Por un lado tenemos a Crispian Mills, el cantante de Kula Shaker, un grupo de rock psicodélico raruno con influencias hindúes, archiconocido durante la época del Britpop. El otro es Chris Hopewell, el realizador de los videoclips de de Radiohead. Os cuento todo esto para que tengáis en cuenta que son dos directores con ideas y detalles muy curiosos, fruto de todos los experimentos musicales previos, que saben cómo utilizar la imagen al servicio de la historia.
Dos ingeniosos directores para un solo actor. Bueno, salen más personajes, y son unos secundarios cojonundos, que interactúan con Pegg en unas situaciones y diálogos más que dignos, pero el pelirrojo se basta y se sobra, arrasando con una histriónica interpretación del pusilánime más miedica de la comedia negra británica.

 
Me ha parecido muy curioso el estilo de narración de la película, pues, aprovechando que va de un escritor de novela negra, está planteado como si de una novela de Agatha Christie se tratase, con picos de suspense, de ésos que te ponen tenso y dándote la sorpresa cuando menos te lo esperas y de quien menos te lo esperas. Esta reputada novelista inglesa no es la única homenajeada en la peli: el principio y el final es una voz en off contando el principio del cuento del erizo, el gran éxito de la obra infantil de Jack, como si de una novela de Arthur Conan Doyle se tratase, remarcando el mensaje que se quiere transmitir. Y, por último, tanto en los traumas infantiles como en la psicopatía manifestada por enfrascarse por completo en un solo tema para dar a luz a la novela de su vida, nos hace recordar a J.R.R Tolkien.

Un contenido brillante en un continente de papel dorado, como los bombones de la Preysler (si F.R. quiere publicidad que la pague), y sin dejar el símil de confitería, os recomiendo probar este caramelo inglés, presentado en un envoltorio atractivo, pensado y cuidado, que encierra una golosina con corazón de pica-pica, y ahora que llega el otoño qué mejor plan que películas, mantas y chucherías. Delicioso.

Publicado en Cabezas Cortadas el 22 de septiembre de 2015

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