viernes, 9 de enero de 2015

HE VISTO... Halloween: El Origen.

Nos remontamos a los años 70. En un pueblo perdido de Norteamérica, la mente trastornada por problemas familiares de Mike Myers se termina de desequilibrar una noche de Halloween, en la que lleva a cabo una terrorífica matanza. Tras los macabros acontecimientos lo encierran en un manicomio, donde lejos de evolucionar, el trastorno de Myers aumenta con los años, bajo la supervisión del doctor Samuel Loomis. Casi veinte años después, la misma noche de la sangría, un Michael Myers ya adulto consigue escaparse de su encierro, para buscar a su hermana pequeña, y acabar lo que empezó con tan sólo 10 años. Nada ni nadie de lo que se interponga en su camino logrará detenerlo.
Halloween. Una noche en la que algunos niños salen a jugar a ‘truco o trato’ y recopilar caramelos, y otros salen a matar y recopilar cadáveres, como Michael Myers, protagonista de la extensa saga que dio comienzo en 1978 de la mano del padre del slasher,John Carpenter. Pero no es esta obra original y de culto de la que hablo. Hablo de Halloween: el Origen, de Robert Barthlet Cummings. Ya, que por ese nombre no os suena, ¿no? Y si digo Rob Zombie… ¿Mejor? Pues lo dicho, al lío.
Durante la pasada década, el cine de terror en general y el género slasher en particular sufrieron un estancamiento brutal, por la escasez de ideas originales, que declinó en una avalancha de remakes de clásicos de los 70 y 80, a los que les venía bien una actualización. No es fácil hacer el remake de un clásico y no cagarla. De hecho, la mayoría de los remakes no prestan la suficiente atención a los detalles y acaban siendo un bodrio que indignaría a cualquiera, cuanto más a un público específico de terror, de sobra conocido por nuestra exigencia de novedad y el amor que profanamos a los títulos denominados ‘de culto’.
Reconozco que a Rob Zombie se le ama o se le odia sin condiciones, no da opción a las medias tintas. Y sí, reconozco que yo formo parte de los seguidores a muerte,  pero con conocimiento de causa. Me declaro fan ciega de la manera de rodar del señor Zombie desde sus inicios en los videoclips de White Zombie, grupo del que ha sido líder desde que tengo uso de razón musical. Podrá gustar más o menos, pero una obra de Rob Zombie lleva la marca de la casa y se reconoce desde el primer plano, y en esta ocasión ha conseguido renovar la visión de un clasicazo, dándole la estética y personalidad propia que le caracteriza, pero sin perder la esencia que dejó Carpenter. Si se me permite la osadía, no voy a decir que la mejore, porque no se puede mejorar la película que sentó las bases del género slasher, pero sí la enriquece.
La película está planteada en dos partes claramente diferenciadas, en las que se aprecia la ya mencionada esencia de cada uno de los directores.
En la primera parte Rob Zombie se centra en explicarnos el origen de la maldad de Myers, a través de las sesiones de terapia que Myke Myers de niño mantiene con el doctor Loomis, dotándolo de una personalidad de la que carece en la original, que Carpenter resolvió con el maravilloso plano secuencia con el que empieza su película. Increíble actuación de Daegh Faerch, sobre quien recae toda la trama psicológica que Zombie ha creado para explicarnos qué lleva a Michael Myers a ser ‘Michael Myers’ y que para ser un niño de 10 años no le viene para nada grande. Aviso que ver al protagonista de La Naranja Mecánica convertido en un entrañable abuelo, que solo quiere ayudar a un niño con trastornos violentos, es un contraste difícil de soportar.
La segunda parte es el homenaje al clásico, siguiendo a rajatabla los pasos a seguir para hacer un slasher, que Carpenter asentó en el primer rodaje, pero readaptados, versionados y actualizados con los recursos habituales de Rob Zombie: planos detalle, persecuciones hechas cámara en mano, planos contrapicados, iluminación contrastada…
Pero la mejor readaptación es la del personaje de Mike Myers, que en su nueva versión está llevado más al plano de asesino sanguinario sin escrúpulos, una máquina mortífera que arrasa todo lo que se le pone por delante con un cuchillo de dimensiones considerables. Eso sí, sin perder ese aura fantasmagórica de ser sobrenatural que viene del averno para sembrar muerte y destrucción. Para mí, el mejor Myers de toda la saga. Quizá por la máscara, mucho más oscura, agrietada y espeluznante que la original, quizá por las enormes dimensiones del torso de Tyler Mane, o incluso porque sabemos algo más de lo que esconde esa mente perturbada, pero transmite mucha más brutalidad desmedida que sus antecesores y eso me gusta.
Un gran remake, que mantiene recursos imprescindibles de la película de la que se nutre, pero que le da una vuelta de tuerca y nos ayuda a entender por qué hay un señor con un mono carcelario y una máscara de goma hecha un asco que mata, mata, y mata y no se muere.



Esta entrada fue publicada originalmente en Zona Zhero, la web del podcast del noveno arte, el 30 de Octubre de 2014, y la podéis ver aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario